
UN MÚSICO DE PUEBLO
SEMBLANZA de VÍCTOR MONGE BENGOA
Por Gerardo Hernando Trancho
Le conocí pugnando por encontrar con sus dedos las armonías amables que el viejo armonio de Santa María La Mayor de Ezcaray (La Rioja) se empeña en esconderle a cada paso.
Designado Maestro-Organista, en el año 1947, de la Iglesia Parroquial de esta Villa, mantiene con este instrumento una acendrada amistad que no les impide algunos desencuentros cuando a cada uno, así le place.
Víctor Monge Bengoa estaba atento a la partitura dispuesta en el atril cuando acudí a la celebración de alguno de los diversos y frecuentes ritos litúrgicos que un grupo de ezcarayenses gusta cantar.
Y admirado por las melodías y las voces que, en la penumbra del rincón románico que tañe el “Matachín”, se revelaban, osé solicitar enrolarme en la tripulación de aquella trainera. Me acerqué a su Director, Julio Valgañón Pérez, el timonel que cordial y gentilmente así me lo propició.
Víctor permanece asido al viejo órgano ibérico de la Parroquial de Ezcaray desde hace ya más de sesenta años. Y también ha tocado el órgano hermano de este, en Covarrubias.
Es, quizá, el organista más longevo y todavía avezado, de España.
Es dicharachero y su cordial talante anima su paso; yo digo que sigue andando con la cadencia y el ademán que siempre estiló siendo ariete de la formación de su Banda.
Anda casi bailando y siempre se manifiesta ilusionado, ocupado, a veces incluso… agitado. Bastará que Julio Valgañón le solicite una adaptación o instrumentación musical para la Coral y le podrás contemplar en su “pil-pil”… acelerado.
Gusta regalarte alguna anécdota si con él te cruzas y casi siempre lleva algunos pentagramas bajo el brazo, que no duda en mostrarte ilusionado, aún sabiendo -como sabe- que la ignorancia de muchos, en poco nos permite valorar o entender su talento.
Es generoso y atento y su campechanía siempre procura bienestar a quienes le rodean.
Se acompaña del buen humor que su mujer, Rosario, sabe cariñosamente atender para evitar el exceso del tono de voz o la estentórea carcajada que le harían resultar quizá, algo desmesurado. Si compartes con él un vaso de vino verás a Charo apartárselo sobre la mesa, una y otra vez, para impedir que el “braceo conversacional” de Víctor acabe por derramarlo.
Si no le conoces y le observas con cierta curiosidad no te sería difícil aventurar que es Músico. Tiene pinta de Músico, hechuras y ademanes de Músico. Es un artista disfrazado de él mismo y envuelto en su mismo papel de regalo.
Es auténtico y también sabio. Sabio de pueblo y de la humana condición.
Y, ahora que peina canas y mantiene esa derechura sencilla y digna a la vez, resulta ser una estampa de ternura que se confunde con un tiempo que no entiende de algunas sensibilidades y grandezas que él estila.
Víctor Monge es un Hombre de Bien que tiene como oficio inquebrantable y como última razón de ser, su condición de Músico.
En su inexistente tarjeta de visita está escrito:
Víctor Monge Bengoa
Músico de mi pueblo, Ezcaray
Tan sólo le he visto llorar sobre la glera de sus ojos una vez. Cuando le solicité que me hablara de Rosario Azurmendi, su mujer, tuve que cambiar “de Tercio” pues me conmovió la emoción que le sustrajo al querer contestar a “portagayola”, con todo el corazón por delante, a mi pretensión de que esbozara una semblanza de esta mujer que sé, es su mejor patria.
“Le compuse un Vals y merece una sinfonía… entera”
Me dice, mientras con sus manos encerradas en un puño intenta secar tanto amor declarado.
Víctor Monge Bengoa es una de esas piedras de sillería que, labrada primorosamente por las manos de la cantería, ha cincelado Ezcaray, para sujetar los entramados de su historia de artistas y artesanos sencillos, quizás anónimos y siempre geniales.
Víctor se acompasa con la historia de su pueblo: Ezcaray y, sin embargo, se hace necesario trascender su propia edad para entender lo que él representa para esta Villa.
Víctor Monge es músico y la música de Ezcaray.
Es el villancico de su Navidad de pastores adorantes y pesebres calientes y la Estrella del “milagro” de su cabalgata de Oriente en la noche de ilusion; es el bullicio que toma altura como el milano para volar sobre la ermita de Santa Bárbara; también la emoción inmensa que acompaña a la Virgen de Allende en su procesión hasta Aquende cuando el Otoño se quiere anunciar y que también te despide cuando los brazos de la Hermosa Estrella te quieren abrazar;
Es la Fe, solemne y queda, de la Semana Santa de La Dolorosa o la Esperanza de la procesión del Encuentro; o la que acompaña al mártir San Lorenzo en la plegaria que cantaba Cecilio Valgañón en el Coro de Santa María La Mayor. Es el himno benemérito de la Fiesta de la Hispanidad abrazada a su Pilar en la plegaria que cantó Julio Valgañón.
Es la música amable y hospitalaria que Ezcaray regala en el estío, que pocos escuchan y muchos oyen, desde el quiosco de la Plaza del Conde de Torremúzquiz, o la pastoril melodía que con su acordeón, tantas veces, ha engrandecido las fiestas de Gracias de las Aldeas, la última vez en san Antón.
Es la ingenua y enamorada cantata de los mozos de Ezcaray cuando rondan a sus amores con la esperanza de verlas asomar a sus balcones.
Es la melancólica serenata de las soledades y el desafuero alegre del tiempo de festejar.
Es la compañía alegre de la chiquillería de Ezcaray cuando el “Día del Árbol” los hijos de esta Villa recitan la lección bien aprehendida del amor por el campo y el monte, que ahora llamamos medio natural, dando tierra a brinzales que medrarán en las sierras agrestes o en las riberas cantarinas del Oja y sus mil regatos desde Gatón.
Es la música de Las Aleluyas y del maná de los maravedíes y reales de vellón… llovidos del cielo.
Es el pentagrama de la Diana que despierta el sueño y sobresalta la vigilia y el Pasacalles que mece la ilusión de la infancia de pueblo y la risueña expresión de los mayores complacidos en comparsa de Gigantes confiados y Cabezudos raudos, disciplinantes, temidos y anhelados.
Es el cortejo y el Bombardino del consuelo de sus músicos camino del camposanto cuando a uno de los suyos se ha de enterrar…
Nieto de músicos, Hijo de músico, Hermano de músicos, Padre de músicos, Abuelo de músicos, Tio y Sobrino de músicos, Amigo de músicos y Discípulo y Maestro de músicos, tiene como residencia atemporal a La Banda Municipal de su pueblo, Ezcaray, institución sin la que no se podría entender a ninguna familia ezcarayense y manifestación genuína del amor de sus gentes por la música.
Es también ciudadano del mundo y habla y escribe el idioma que todos entienden: la Música, que le permite viajar a la sensibilidad de cualquier persona, sea cual fuere su patria y su edad.
Sin embargo, sé que al Sur, la Cruz de la Demanda, Al Norte, El santuario de la Virgen de Allende, al Este la cima del San Lorenzo y al Oeste, la ermita de Santa Bárbara, son y están los hitos que amparan su ser abertal.
Y las aguas del Oja surcan su alma libre para declarar que está ungido en sus regatos y pozas, en sus solanas y umbrías, en sus cumbres y praderías.
Le pido a nuestro Buen Dios que sus manos acompañen sobre el marfil de un teclado su Ave María en la voz de Julio Valgañón ya hecha plegaria, que sus piernas le permitan subir la enrevesada escalera de piedra al coro de Santa María la Mayor, que su corazón le ayude a atarse a la espalda los correajes de su acordeón para llegarse hasta la Aldea, que su ilusión e impaciencia, que no su edad, le hagan caer las partituras de sus manos como tantas veces… y que su garganta sea la escorrentía del vino de La Rioja, su tierra tan amada.
“Siempre alegres para hacer felices a los demás” como me requirió D. Jesús Urteaga, y así muchos, muchos años más, querido amigo, admirado maestro, entrañable hombre bueno que eres, Víctor.
NOTA: La escribí en vida de Víctor y el 7 de Julio de 2015 se la leí ante su Pueblo, Ezcaray, al recibir la Banda Municipal de Música de Ezcaray la Medalla de Oro de la Villa, al cumplirse el CXXV Aniversario de su Fundación.
Víctor moría pocos meses después, el 14 de Febrero de 2016, tocando el Piano y Músico hasta su último aliento.
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