






Esta sección de LATOGAVERDE responde a mi inquietud literaria y a mi vocación por escribir que vengo ejercitando desde que puedo recordar y que tiene su causa, con toda seguridad, en el buen hacer de mis Maestros y profesores de Lengua Española, Literatura y Latín que supieron despertar en muchos de sus alumnos, y en mí desde luego, el interés por leer y escribir. Recuerdo con toda presencia de sentimiento y sensaciones, verme sobre aquellos primeros cuadernos de caligrafía alcanzando con el lápiz la corrección del trazo sugerido de letras y palabras que me permitiera tomar el bolígrafo, como culminación e imaginaria “graduación”. Para ello fue preciso también borrar muchas veces con aquellas gomas de colores ténues y cuadradas de “Milán” y afilar el grafito con el sacapuntas. Poco importaba enmendarse en la escritura si borrar debía con aquellas lujosas y blancas pastillas de goma de borrar con olor a “nata”… lápices y gomas que identificábamos con nuestro nombre…
Esta sección de LATOGAVERDE responde a mi inquietud literaria y a mi vocación por escribir que vengo ejercitando desde que puedo recordar y que tiene su causa, con toda seguridad, en el buen hacer de mis Maestros y profesores de Lengua Española, Literatura y Latín que supieron despertar en muchos de sus alumnos, y en mí desde luego, el interés por leer y escribir. Recuerdo con toda presencia de sentimiento y sensaciones, verme sobre aquellos primeros cuadernos de caligrafía alcanzando con el lápiz la corrección del trazo sugerido de letras y palabras que me permitiera tomar el bolígrafo, como culminación e imaginaria “graduación”. Para ello fue preciso también borrar muchas veces con aquellas gomas de colores ténues y cuadradas de “Milán” y afilar el grafito con el sacapuntas. Poco importaba enmendarse en la escritura si borrar debía con aquellas lujosas y blancas pastillas de goma de borrar con olor a “nata”… lápices y gomas que identificábamos con nuestro nombre…
Y todo sobre aquellos preciosos pupitres de madera de amplia tapa de apertura y con ranuras para depositar los lápices…
En mi caso, y en mi Casa, tuvimos la fortuna de tener en nuestra Madre, Maestra Nacional, a la mejor aliada para solucionar nuestros requiebros con la sintáxis, la redacción, los análisis morfológicos y sintácticos, cuando no con los fonemas y morfemas, o memorizando la poesía para declamar al día siguiente. En mucho se valoraba el bien decir y escribir y nos incentivaron en la lectura y leyendo fue posible todo ello.
Así conocí Valladolid sin ver fluir al Pisuerga, porque leyendo a D. Miguel Delibes era posible. Y así me encandiló con su térrea prosa castellana para siempre y para la causa del monte, del campo, del río, de los pueblos y de sus gentes. Leyéndole me hice cazador sin disparar y olí la pólvora sin humear la vaina de un cartucho vaciado al aire frío del páramo.
En José Antonio Muñoz Rojas, ilustre escritor y poeta antequerano al que releo a cada paso para mantener la integridad conceptual de las nociones más hermosas y preciadas de la naturaleza humana, encontré la poesía de “las cosas del campo” y la esencia de sus gentes. En Camilo José Cela el don de la palabra certera, la desmesura y la provocación, el talento y el recreo…, en Mónica Fernández Aceytuno la divulgación de las cosas pequeñas que se hacen percibibles y cercanas, sentimiento de cotidianeidad que hacen cada día distinto a nuestra retina y a las almas abertales, hasta conseguirnos en sus filas de pegujaleros, sin élla saberlo.
Somos y conviene no olvidarlo, crisol de generaciones antepasadas, de esfuerzo, de talentos, de herencia de sabidurías impresas en el helicoide genético e inscritas en el alma, de improntas remotas y de soplos de civilidad y de alientos de inquietud intelectual y de brisas de sensibilidades ignotas. Pero como escribió Julio Caro Baroja, “aquello que heredaste de tus padres, adquiérelo para poseerlo”, persisto en la ansiedad de aprehender parte, al menos, de esa identidad intuída y perseguida.
Tengo en mi Abuelo Gerardo Hernando Villaverde una referencia intelectual y emocional indeleble y en mi otro Abuelo, Florentino Trancho Villanueva el reducto de mis sensibilidades que pocos conocen y entienden y las grandezas sencillas.
El primero, Hernando, acompañó su brillante ejercicio de la Abogacía con su genuina y genial condición de Periodista y al que “Dios le concedió el don de la oratoria junto a su magnífico talante”. “Sobre el arte del “bien decir” poseyó el arte del “buen hacer” y un corazón grande para amar a todos” escribió, de Él, mi Madre.
El Trancho, se forjó y templó en las metalúrgicas, barras férricas vizcaínas y altos hornos de Las Vascongadas y La Vasconia, haciendo de su Hombría de Bien toda su fortuna y su entero legado y de Basauri su Lar y su Mortaja.
Los dos miraban de frente. Los dos abrazaban.
Valga este exordio para justificar la causa de esta sección literaria de LATOGAVERDE, donde publicaré con periodicidad mensual un artículo literario, prosa empoesíada, apunte carpetovetónico o miscelánea de letras y palabras. Lejos de fatua vanidad, me regalo este espacio para escribir y ser leído…quizá entendido. Sin ninguna pretensión más allá. Porque sí.
Es Turza una Aldea recóndita de Ezcaray a la que nos gusta llegarnos caminando, en todas las estaciones del año – Turza tiene muchas más que cuatro- bajo la fronda de sus hayedos para alcanzar la luz de sus praderías, la espadaña huérfana de tañidos, sus campas plenas de esquilas, la roja arenisca de muros, la umbría del barranco, el aposento del indómito jabalí, el celo apasionado del corzo, el tocón de la Rosalía alpina, la quietud de una cierva y su silente tutela de la cría del año acostada en los piornos bajo la atalaya de Bonicaparra…
El Haya es árbol femenino, El Hayedo…es bosque de femeninos. El artículo determinado masculino singular es un desafuero, lo tengo claro.
Claro es el cielo del Invierno estrellado sin Luna de Turza. Con Luna no hay estrellas. Y sin Hayas y Hayedos no hay Turza.
Esperando la nieve de Enero de MMXVI.